El pasado martes día 12 de octubre y fiesta nacional de La Hispanidad tuve la ocasión de hacer una visita al pueblo de Guadalupe y, en especial, a su principal legado y manifestación cultural: su monasterio.
Sin ánimo de adentrarme a detallar aspectos religiosos y arquitectónicos de este, sí me gustaría brevemente señalar el vínculo musical que atañe al margen de la pieza tradicional por excelencia del folklore extremeño “Virgen de Guadalupe”. Así, en la visita guiada que ofrecía el personal pertinente, un par de detalles apuntaban a la gran riqueza musical que dicho monasterio había dejado. Como se sabe, el edificio estaba integrado principalmente por monjes jerónimos y a continuación franciscanos que dedicaban una gran parte de su tiempo al rezo y al canto. Entre las salas del monasterio me gustaría resaltar una que es la que da el cuerpo a esta entrada del blog: el Museo de Miniados. Bien, el museo se conoce con ese nombre porque alberga grandes vitrinas con enormes libros miniados llenos de partituras dedicadas al culto religioso por parte del cuerpo de monjes. El minio es sustancia de plomo rojizo con el que se escribían gran parte de dichas partituras. La misma sala aloja un enorme facistol o atril cilíndrico de gran envergadura para sostener las partituras y para que todos los cantores pudieran leerlas. Dichas partituras, a la par que bellas por su elaboración, se consideran de suma elegancia por su música.
En resumen, me gustaría señalar la gran riqueza no solo natural sino también musical que ofrece nuestra tierra extremeña en enclaves tan sumamente importantes y místicos como el majestuoso Monasterio de Guadalupe.
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